miércoles, 29 de enero de 2014

El emocionante arte de las segundas oportunidades.

Lo dijo Scott Stapp, vocalist de Creed, en su canción “Who’s Got My Back?”:


“All that has been devastated, can be recreated” 
(Todo lo que ha sido devastado, puede ser recreado).


Yo no sé ustedes, pero yo soy creyente en las segundas oportunidades, segundas impresiones y segundas vueltas. Porque la vida es muy larga y nunca sabemos cuándo lo que hoy no brilla, brillará mañana y lo que hoy no se dio, no fue o no fluyó, mañana si se dará, será o fluirá. Eso, si, hay algo claro en esto, para que estas segundas oportunidades sucedan, algo tiene que pasar, algo tiene que ceder, algo tiene que cambiar. 


Título: A second chance - Autor: Michael Vincent Manalo.


¿Más sencillo? Algo tenemos que aprender. Si es un tema personal, nos toca a nosotros. Si es un tema de pareja o relación, depende, a veces es una de las personas la que necesitaba aprender algo, a veces son las dos. Pero cuando te vuelves a encontrar con esta persona de tu pasado (tu fantasma personal de lo que fue y pudo haber sido) hay algo muy claro, ninguno de los dos son la misma persona, a pesar de un pasado y una historia en común. Si son afortunados, ambos crecieron y aprendieron en ese lapso en el que estuvieron separados.

Quién sabe, de repente en ese volver a conocerse descubren que vale la pena volver a intentar, poner en práctica estos nuevos recursos, herramientas y aprendizajes. A veces, de igual forma que el primer año de un duelo es tan solo la preparación para el segundo, su primera historia fue solo la preparación para la segunda.

Namaste. - Izzy

martes, 28 de enero de 2014

El difícil arte de arrancarse la curita.

Les cuento, Danielle Laporte es mi gurú de “truth bombs” (bombas de verdad) y mercadeo en línea (si, porque los terapeutas también nos mercadeamos en las redes) y trato de aplicar tanto de su filosofía como puedo a mis páginas, a lo que escribo y a mi vida personal y profesional.

En su artículo “The euphoria of admitting when it sucks” (La euforia de admitir cuando apesta) habla acerca del arte de rendirse, fracasar y saber cuándo suficiente es suficiente (o demasiado). Me pareció que el tema resonaba tanto con los sinsabores que a veces nos suceden en este tema tan simple y taaaaan complicado de las relaciones, que decidí que su mejor lugar estaría aquí. Les comparto…




La premisa es sencilla: a veces las cosas simplemente no funcionan y hay que saber cuándo es hora de irse a casa, ya sea con la frente en alto, ya sea con el rabo entre las piernas. Créanme, ambas opciones son mejores a quedarse y seguir tratando de que lo que no funciona funcione (si, la trillada y desgastada definición de la locura).

El tema es que somos humanos, humanos somos, y nos cuesta desapegarnos y despegarnos y decir adiós y cerrar capítulo y seguir sin mirar atrás (la curiosidad de mirar nos mata, nos convierte en estatuas de sal como a la esposa de Lot en el Viejo Testamento o nos sume en un eterno sueño como a Psiquis en la mitología griega), sin la tentación de preguntarnos qué pudo haber sido, o si todavía podría ser. De esto están hechos nuestros fantasmas de lo que fue y pudo haber sido.

Danielle Laporte nos recuerda lo importante de definir la autorrealización en nuestros propios términos, es decir, olvidarnos de todo aquello que se espera de nosotros (pareja incluida, que es la parte más difícil) y enfocarnos en lo que esperamos de nosotros mismos (¡siiii, ser egoístas! ¡No es mala palabra y lo seguiremos repitiendo hasta que lo asimilemos!). Si no funciona, tenemos el permiso y el derecho a decir “hasta aquí”, aunque cueste un mundo asimilar el concepto (si, se que cuesta un mundo hacerlo; también se que se puede hacer, aunque cueste un mundo).

Como quien se quita una curita: más rápido, mejor. Para Danielle Laporte, renunciar es una forma de iluminación.

Somos una sociedad de curitas, las necesitamos para tapar la herida y creo que nos da mucho miedo quitárnosla y descubrir que nuestra herida es más o menos como el famoso gato de Schrödinger, es decir, no podemos saber si la herida sigue abierta o ya cicatrizó hasta remover la curita, y siento que nos aterra por igual cualquiera de las dos opciones, ¿ustedes que piensan?

A veces preferimos dejar la curita ahí, pensando (y vaya pensamiento mágico que es este) que si la dejamos ahí suficiente tiempo, es decir, aguantamos un poco más y un poco más después de eso, vamos a remover la curita y no habrá ni herida ni cicatriz, ausencia total de algo que nos indique que algo pasó (si, hacer inconsciente lo consciente, bien reprimido o negado, así como nos gusta tanto a los seres humanos).

Danielle Laporte piensa que somos inteligentes si logramos ver que algo simplemente no trabaja, no funciona, como a mí me gusta decir: no fluye. Danielle Laporte piensa que somos brillantes si renunciamos y seguimos adelante. ¿Difícil arte ser brillante, no? No se preocupen, la iluminación es más viaje que destino, más aprendizaje en proceso que lección aprendida. Ah, y lo que no brilla hoy, quizás brillará mañana, vale la pena esperar, ¿no creen?

Namaste. - Izzy

Fragmentos extraídos del artículo “The euphoria of admitting when it sucks” por Danielle Laporte: http://www.daniellelaporte.com/reprise-euphoria-of-admitting/

sábado, 25 de enero de 2014

Hay que amarlas, no entenderlas.

¡Hola! Les comparto el artículo: "Hay que amarlas, no entenderlas", por Rella Rosenshain y publicado hoy en Vivir+ de La Prensa, en el que tuve la oportunidad de colaborar. Espero les guste.




Las mujeres son tachadas de complicadas. Bien lo dijo el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, al plasmar en una de sus obras el siguiente pensamiento: “He aquí la gran incógnita que no he podido resolver, a pesar de mis 30 años de investigación sobre el alma femenina: ¿Qué es lo que quiere la mujer?”

Siguiendo esa línea, un estudio encontró que la felicidad de una pareja matrimonial depende en gran medida de la mujer y qué tan rápido olvida el enojo que podría producir una pelea entre ambos. La investigación halló que entre más rápido la mujer pase la página y deje atrás el motivo de la discusión, más feliz será el matrimonio en lo que se refiere a durabilidad y satisfacción, publicó Emotion, el periódico de la Asociación Psicológica de EU.

En cambio, la investigación realizada por científicos de la Universidad de California en Berkeley encontró que si el esposo cedía más rápido y dejaba a un lado su enojo, ello no influía en gran medida en el éxito de la relación. La muestra estuvo conformada por 156 parejas heterosexuales que fueron seguidas desde 1986, y cada cinco años eran monitoreadas para conocer qué tan felices eran.

LECTURA EMOCIONAL.

Para el psicólogo Rodolfo Justine, el dato que muestra el estudio es un poco “controversial” en cuanto a cómo debe ser entendido. “Que la mujer ceda más rápido es un proceso, o sea: algo que va ocurriendo a lo largo del tiempo en el contexto de ´qué´ provoca la discusión. Evolutivamente, la ´estabilidad de la mujer´ pasa por una lectura emocional de la realidad, lo cual hace que la mujer reaccione más ante una inestabilidad en la familia o en la relación”.

Que la mujer tienda a ser más conflictiva en la relación de pareja tiene que ver con un elemento evolutivo y otro neurológico; en el último, entran en juego las estructuras y vías nerviosas con que ella maneje la realidad, explica.

Los hombres y las mujeres responden de manera diferente ante conflictos, menciona el psicólogo Ezequiel Meilij. “Aunque podrían querer resolverlos, los hombres, al sentirse ansiosos e incómodos confrontándolos, prefieren evitarlos. Debido a esto, las mujeres toman un papel más activo, ya que se espera que sean quienes inicien y guíen la discusión mientras el hombre es un participante más pasivo”.

Las discusiones forman parte de la pareja y de la vida, comenta Justine. “La pareja está formada por personas que no son iguales y, en algún momento, tendrán un desacuerdo que necesite solventarse. Lo importante de una discusión es el propósito común, más allá de quién tiene la razón”, dice.

En palabras de Meilij, uno de los desafíos más grandes de la pareja es aprender a discutir (de forma positiva, asertiva y constructiva) y a negociar los desacuerdos, ya que estos, junto con los conflictos, surgirán a lo largo de la relación. “Mientras más temprano en la relación se aprenda, mejor, porque en esta etapa lo que menos se quiere es pelear y por ello se omiten muchos temas, se tapan muchos problemas y se asientan malas costumbres, hábitos malsanos y dinámicas de resolución de conflictos tóxicas. Si no pueden discutir constructivamente, se amarán destructivamente”.

Toda discusión debe tener un propósito, señala Justine, por lo cual es necesario saber cuál es su objetivo. Para que la situación se maneje adecuadamente, recomienda escuchar a cada parte, “no asumir lo que la otra persona quiere decir; si no entiende, pregunte. Si no logran ponerse de acuerdo o alguno de los dos insiste en llevar la conversación hacia una pelea, visiten un terapeuta idóneo de parejas”.

Meilij añade que para cultivar la relación, el deseo, la complicidad, la seducción, la profundidad (aportada a la relación mediante el amor y la ternura), y la intensidad (aportada en la sexualidad) son claves.

Este artículo fue publicado originalmente en Vivir+ de La Prensa, el sábado 25 de enero, 2014. Enlace original: http://www.prensa.com/impreso/vivir/hay-que-amarlas-no-entenderlas/265319

martes, 14 de enero de 2014

¿El tamaño de nuestros testículos favorece la monogamia?

El 2013 fue, entre tantas cosas, mi año para empaparme en el tema de parejas. Tuve la oportunidad de escribir y hablar sobre el tema en diversos medios, leí mi primer libro de terapia de parejas y aprendí muchísimo sobre el tema a través de diversos seminarios, congresos y conferencias a las que asistí. ¡Qué lindo es poder seguir aprendiendo cada día más, pero me salgo del tema, jajaja!

Una pregunta que surge siempre que hablamos del amor, las relaciones, el sexo y las parejas es: “¿Los seres humanos somos monógamos o polígamos?” La dinámica “fidelidad/infidelidad” nos fascina y debido al estigma de ser infieles, por supuesto que es muy difícil (si no casi imposible) obtener datos objetivos que nos permitan saber más sobre el fenómeno.

Supongo que cada quien tiene su idea (y su filosofía) al respecto, y yo me adhiero al pensamiento de Walter Riso al respecto: “Somos polígamos (y/o infieles) por naturaleza y monógamos (y/o fieles) por decisión propia.

Sin embargo, la evolución, que es más sabia e inteligente que nosotros, tiene sus propias ideas al respecto…


¿Promiscuo, yo? ¡OMG! ¿Qué me delató?


El tamaño relativo de los testículos en el macho a menudo refleja los diversos sistemas de apareamiento. Para las especies con sistemas de apareamiento promiscuos, donde muchos machos se aparean con muchas hembras, los testículos tienden a ser relativamente grandes. Aparentemente, esto se debe a la competencia por el esperma, es decir, machos con testículos más grandes producirán más semen y por ende, tendrán una ventaja competitiva a la hora de impregnar a las hembras con las que se apareen. Tal es el caso de los chimpancés, quienes tienen un sistema de apareamiento promiscuo y testículos grandes en comparación con otros primates.

En las especias poligínicas, donde un solo macho controla el acceso sexual a las hembras, los testículos tienden a ser más pequeños. Esto se debe a que, como un solo macho defiende el acceso al grupo de hembras, se elimina la competencia por el esperma. Este es el caso de los gorilas, los cuales a pesar de su inmenso tamaño tienen testículos proporcionalmente más pequeños que el resto de los primates.

Los seres humanos caemos en un punto medio del continuo, al considerársenos una sociedad con un sistema de apareamiento monógamo, acompañado de cantidades “moderadas” de no-monogamia sexual. Debido al estigma asociado a la infidelidad, es muy difícil obtener datos sobre la prevalencia real.

Ahora bien, ¿por qué la evolución favoreció los testículos moderados en los machos humanos? Si bien será difícil que lleguemos a una conclusión respecto a si los seres humanos somos monógamos o polígamos por naturaleza, al menos para ésta, la monogamia parece ser la mejor respuesta desde la perspectiva evolutiva.

Hay una diferencia critica entre los bebés primates y los bebés humanos, estos últimos nacen sin haberse desarrollado por completo, particularmente sus cabezas y cerebros, ya que de lo contrario, no pasarían a través del canal de parto. Estos nos hace particularmente indefensos y vulnerables cuando nacemos, ¿y qué mejor defensa que tener ambos progenitores velando por nosotros en la infancia? Esto se logra mediante la estrategia de la monogamia.

¿Saben de qué otras estrategias se valió la evolución para asegurar la monogamia de nuestros ancestros? 

- A diferencia de otras especies, la hembra humana siempre está en celo, por lo que al estar siempre disponible sexualmente para el macho aumenta las posibilidades de que este se quede a su lado tras el nacimiento de los hijos. 

- Además, cuando dejamos de caminar en cuatro patas, la posición de la vagina y el clítoris en la mujer cambió, cambiando la posición en que tenemos sexo. Mientras que los demás primates machos copulan por detrás, nosotros lo hacemos de frente, y esto nos permite no solo vernos, ¡sino también comunicarnos, conocernos y enamorarnos locamente los unos de los otros y no querer pensar, ver ni estar con nadie más!

- Y como broche de oro, al conectar físicamente, nuestro órgano afectivo y sexual más poderoso (nuestro amadísimo cerebro) segrega oxitocina, la hormona favorita de los psicólogos, la hormona del amor y del apego. 

Ya saben, quizás el tamaño de nuestro pene no importe, pero el de nuestro testículos si, al menos a la hora de favorecer la monogamia. ¡Namaste!

domingo, 5 de enero de 2014

Viudos, divorciados… ¿o quizás tan solo solteros?

Curiosos gradientes de subjetividad aplicamos a nuestras pérdidas los seres humanos y si, de vez en cuando la semántica me mueve y conmueve lo suficiente como para escribir al respecto.

Somos una sociedad aterrada por la pérdida y por la soledad. En mi corto tiempo de retornar a consultas desde que elaborase mi tesis de maestría, me he sorprendido de las veces que me he encontrado con este fenómeno del “más vale malo conocido que soledad por conocer”. 

Perder nos cuesta. Soltar nos pesa. Estar solos nos mata, a veces lentamente, a veces de forma fulminante. Y así, es fascinantemente extraña y bizarra la manera en que el valor que damos a la pérdida de la pareja se refleja en nuestra semántica.

Para las pérdidas que no involucran el perder a la persona amada, a veces es simple cuestión de poseer (irónicamente, al dejar de poseer o haber perdido) el prefijo adecuado, en este caso un “des”. Si tienes empleo, eres empleado, si lo pierdes, eres “desempleado”. También puede ser un “dis”, si eres “discapacitado”, aunque esto ya de por sí es muy subjetivo, todo hemos conocido a personas “discapacitadas” que parecen ser mucho más capaces que muchos no-discapacitados.

Hay descarriados, desahuciados, desquiciados, desviados, desterrados, destruidos, desintegrados y en todos ellos ese “des” implica o sugiere la falta, la ausencia o la pérdida de algo, el estar incompletos.

Pero en el caso de la relación de pareja, sucede un fenómeno muy particular. Partimos de un estado base, el estar solteros, pero no siempre parecemos regresar a él tras sufrir una pérdida, sea esta la pérdida de una relación, de la persona, del vínculo, del alma gemela, de la media naranja, de la esposa o el esposo, de la novia o el novio, de la persona amada u odiada, como sea que necesiten etiquetarla para procesar esto.

Si te divorcias de tu pareja, eres (o estás) divorciado. Si tu pareja muere (y estaban casados), eres (o estás) viudo. Lo fascinante aquí es la necesidad de encontrar una palabra única y particular a estos dos estados, porque fácilmente podríamos decir que simplemente hemos regresado al estado base: estar solteros.




Ahora bien, ¿somos o estamos? Aquí la semántica se vuelve interesante, porque dependiendo del caso puedes 'estar' divorciado o viudo o 'ser' divorciado o viudo. Si lo pensamos subjetivamente, cada uno tiene su connotación particular, y dejarás que'divorciado' o 'viudo' te defina más o menos dependiendo de cuál palabra le anteceda, no es lo mismo estar divorciado que serlo (o como yo digo, no ERES divorciado, no ERESviudo, simplemente ESTAS soltero). Claro, a menos que elijas no quedar, estar ni ser ninguno de los anteriores y simplemente quedar, ser o estar soltero. Eso sí, créeme que la sociedad no te va a dejar salirte con la tuya tan fácilmente, a nadie le gusta un rebelde que osa no llevar el debido rótulo o etiqueta de su luto por la pérdida de su relación, de su pareja o del status quo impuesto por la sociedad.

Es fascinante que la muerte de la pareja (que conlleva a la viudez) y de la relación marital (que conlleva al divorcio) nos golpee tan profundamente que hayamos sentido la necesidad de encontrar sustantivos para dejar que éstos nos definan (si es que dejamos que así lo hagan), más para otros casos de pérdidas que podrían ser tanto o más significativas, tales vocablos no existen (salvo por el breve prefijo “ex” que podemos aplicar a tantas situaciones para las que no hemos sentido la imperiosa necesidad de buscarles sustantivo propio).

Si pierdes a tus padres, definitivamente serás un huérfano, ¿pero si pierdes a tus hijos, qué eres? ¿Si se murió tu mejor amigo, tu mascota, tu planta que tanto amabas y regabas todos los días, la rosa del Principito?

Como seres humanos, está en nuestra naturaleza poner rótulos, nombres y etiquetas a las cosas, a las personas, a las emociones, a lo concreto y a lo abstracto, pero es interesante lo que ocurre cuando nos detenemos un segundo y nos preguntamos por qué, ¿no les parece?

Namaste.

jueves, 2 de enero de 2014

La parábola del anaquel de supermercado.

Yo jamás conocí a alguien en el supermercado, aunque creo que todos hemos visto una de esas escenas de película en la que una conversación casual entre dos extraños en el pasillo del súper acerca de qué jabón lava mejor las medias sucias o que vino le va mejor a un plato de pollo es el inicio de un romance, de esos de película que pocas veces se reflejan en la realidad, o al menos no como lo esperamos, ya que vivimos anhelando ese amor idealizado en un mundo de amores reales.

De todas formas, el supermercado siempre me pareció un buen sitio para conocer a alguien. Después de todo, aquí es fácil encontrarnos con la guardia y las defensas bajas, la máscara en la silla para niños del carrito del súper, ya que nos hace incomodo el ver entre los anaqueles y leer las etiquetas de los productos si la tenemos puesta.

Y de repente así nos agarran, mal vestidos porque cruzamos la calle sin ganas a buscar algo que nos faltaba en la casa, o sudados porque recién venimos de trotar por el Parque Omar, despeinados porque no teníamos planeado bajar del carro en primer lugar, en chancletas, malhumorados, tratando de entender la letra (propia o ajena) de la lista de mandados, tratando de recordar qué diablos vinimos a buscar en primer lugar, etcétera, etcétera, etcetera…

Quizás por eso vamos tanto al súper, o mejor dicho, el súper es ese lugar en el que casi todos coincidimos (¿quién no va al súper?), tal vez guiados por un impulso inconsciente que se plantó en nuestro cerebro desde la primera infancia que nos indica que será más fácil hallar a la persona indicada mientras estamos buscando otra cosa, un buen jabón para lavar las medias o el vino adecuado para acompañar ese plato de pollo. 




Encontrar pareja, hallar a esa persona indicada o descubrir a esa ave rara… dar con esa gema preciosa a la que llaman “alma gemela” se parece mucho a recorrer el súper en busca de algo… de eso… ya saben… “eso”… y es que, puta madre, es tan difícil definirlo, que creemos que no tiene definición hasta el momento en que lo encontramos… si es que tenemos la suerte, la fortuna y el privilegio y no llegó alguien antes y nos arrebato ese “algo” del anaquel, dejándonos ahí, quizás por horas, observando ese espacio vacío en el anaquel, preguntándonos qué paso…

Es más complicado aún, este tema del amor parabolizado en un anaquel de supermercado, porque lo que buscamos no es solo un producto, no viene en una lata, ni en una botella, ni en un frasco, mucho menos en un tetra pack. Ni siquiera es un producto, es una hermosa, endiablada y loca combinación de cosas en un envase único e irrepetible… más que un producto en nuestra lista del súper, es la lista completa, menos aquellas cosas que no encontramos que ni importan al compararlas con todas esas cosas que ni sabíamos que existían ni estaban en nuestra lista y acabamos de descubrir…

Pero es más complicado aún, este tema del amor parabolizado en un anaquel de supermercado, ahora convertido en una lista del súper, porque lo que estamos buscando tampoco es una lista de cosas, sino más bien otra persona, que también está en el súper, con su carrito y su propia lista, buscando igual que nosotros, y nuestro anhelo de ser vistos y reconocidos por esa otra persona dependerá, precisamente, de esa otra persona. He aquí que lo simple se vuelve complicado. 

Bueno, no complicado, sigue siendo simple, tan simple. Es un simple “click”. Pero saben qué, yo creo que si todos en el supermercado nos detenemos un segundo y dejamos de hacer ruido, será posible que nos quedemos en silencio por horas y no oigamos un solo “click”. Y es que los “clicks” son aves raras, gemas preciosas como lo son las almas gemelas.

Somos personas. Hermosas personas empujando carritos en el supermercado y tachando ítems de una lista que parece cambiar a cada instante. Aterrados de no encontrar lo que buscamos, de perder lo que tuvimos, de no reencontrar lo que desubicamos, de tener que devolver lo que tanto quisimos… a veces, igual que los chicos en el súper, quisiéramos tirarnos en el piso y simplemente gritar, llorar y patalear… hasta que se nos pase.

Somos espejos. Hermosos espejos armados de una lista y empujando carritos en el supermercado, y nos vemos reflejados en cada espejo que nos pasa por al lado. De vez en cuando, nuestros carritos chocan de frente y ¡ZAS! “Nos” vemos. “Nos” reconocemos. Accidentes. Hermosos accidentes. Porque en esta parábola del anaquel del supermercado, somos todos esto y mucho, mucho más.




Les dejo una de mis canciones (y video) favoritas de Radiohead, “Fake Plastic Trees”, ambientado precisamente en un supermercado, esperando que encuentren su “click” en este supermercado que llamamos vida. Namaste.


Izzy.