jueves, 17 de diciembre de 2015

Romper sin romperse en el proceso V


Rompieron. Fueron algo y ya no lo son. Es decir, cada uno sigue siendo, pero ya no son lo que eran en común. Se despidieron. Torpemente. Porque cuando dos personas se aman pero toca romper, las despedidas son torpes a la fuerza. Si no lo fueran, se sentiría más raro aun.

Ella lo eliminó de su Facebook, Twitter, Instagram, Whatsapp, etcétera. No lo hizo como un gesto vindicativo, mucho menor por rencor ni amargura. Lo hizo simplemente porque era necesario, porque es lo que se debe hacer para iniciar el proceso.

El se colgó de la pantalla de su laptop y de su smartphone, pendiente a cada cambio de estado, cada tweet, cada post, cada foto nueva, cada comentario. Como ya no eran, persiguió su rastro digital, quizás soñando que si lo seguía bien, si no perdía la débil estela de su rastro, este lo llevaría de regreso a ella.

Ella dejó de frecuentar los lugares comunes. Se despidió con gracia de las personas comunes. Evitó las cosas comunes. No se trataba de negar, reprimir o eliminar todo rastro de su presencia. Era tan solo la comprensión de que los constantes recordatorios no eran necesarios, mucho menos útiles al proceso.

El se pasó horas, días, semanas y meses recorriendo sus pasos en retroceso. Quizás pensó que se toparía con ella, en vez de con recuerdos y fantasmas de lo que fue, pudo haber sido y ya no sería. No se despidió de nadie, pero en esos breves instantes de lucidez, quizás notó la extraña ausencia de las personas comunes. “Se fueron igual que ella” habrá pensado. Las cosas communes las dejó en su lugar. Intocables, inamovibles reliquias. Su depa se volvió una especie de santuario, lleno de momentos congelados en el tiempo. La fosilizó en su memoria.

Ella cambió sus rutas. Si, ahora llegar a su destino le tomaría varios minutos más, pero le ahorraría el tener que preguntarse por qué seguía pasando por la misma calle una y otra vez.

El pasaba sus horas manejando “casualmente” frente a su nuevo lugar de residencia. No sabía que le provocaba más ansiedad, la posibilidad de que no la vería, o la posibilidad de que si. No se le ocurrió que la serendipia, mucho más sabia que él, no permitiría el accidente.

Ella se rodeó de sus amigos y de sus personas cercanas. No para que le recuerden constantemente que estaba en proceso de su duelo, sino para cambiar de tema, desconectar sanamente, disfrutar, reír, porque definitivamente había roto pero definitivamente no estaba rota.

El mandó a todo el mundo al diablo. No contestaba las llamadas, los textos, los mails. Evitaba a todo el mundo. No quería saber de nada ni de nadie. Mientras ella salía del caparazón, el encontró un recoveco aún más recóndito dentro del suyo donde ocultarse, lamerse las heridas, escarbar las costras y reabrirlas para que sangren y supuren un poco más.

Ella empezó a escuchar a Mozart y se metió a tae-bo, igual que la chica en la canción de Train.

El se encerró en su depa, escuchando “Drops of Jupiter” una y otra vez en un loop infinito e interminable.

Ella recordó que hay espacio para crecer.

El se aisló tanto, que se quedó sin espacio para hacerlo.

Ella rompió sin romperse.

El no pudo romper, así que se rompió.

Una de las peores cosas que se pueden hacer durante el proceso de ruptura y/o duelo es aislarse. Una cosa es buscar espacios para la soledad, otra cosa muy distinta hacer de la soledad la única compañía. Pasar tiempo con otras personas importantes en nuestras vidas después de una ruptura realmente puede ayudar a aliviar el dolor y hacer la transición más suave.

Salir con los amigos, llamar a los miembros de la familia, empezar una actividad o proyecto nuevo, dedicar tiempo a uno mismo. Cuanto más apoyo tengamos, menos solos nos sentiremos y será más fácil seguir adelante. Porque no se puede seguir en retroceso toda la vida, entre personas, lugares y cosas fosilizadas. - Izzy

jueves, 10 de diciembre de 2015

El complejo arte de darse cuenta que no está funcionando.

Les cuento, a finales de enero, escribí el post “El difícil arte de arrancarse la curita”, inspirado en un artículo de Danielle Laporte, titulado: “The euphoria of admitting when it sucks” (La euforia de admitir cuando apesta) acerca del arte de rendirse, fracasar y saber cuándo suficiente es suficiente (o demasiado).

Retomando el tema, ¿Cuándo o como sabemos que suficiente es suficiente, que hemos llegado a ese punto de quiebre en nuestra relación y que nuestro instinto o intuición (que lamentablemente en la mayoría de los casos nos han enseñado desde pequeños a desoír o apagar por completo) nos está enviando señales de alerta?




Algunas señales de que no está funcionando:

Tu lista de “contras/desventajas/desagrados/defectos” ya superó por amplio margen tu lista de “pros/ventajas/agrados/virtudes”.

Es simple, todos idealizamos a nuestra pareja al principio, es parte del enamoramiento y le podemos echar la culpa a la oxitocina (¡maldita oxitocina!), pero cuando ya pasó la etapa de enamoramiento, toca empezar a descubrir, procesar y aceptar lo “no tan maravilloso” de tu tal para cual, a menos que quieras seguir idealizándolo y viendo todo color de rosa, pero ni se te ocurra echarle la culpa a la oxitocina, ya la ahuevazón es 100% propia. Entonces, nuestra amada pareja será una bonita mezcla de lo bueno, lo malo y lo feo pero se supone que haya un balance adecuado, aceptable o al menos, cónsono con tus expectativas e ideales (¡realistas!). Si la lista no pinta pareja, ya te toca elegir qué hacer, y aquí es donde para muchos, “lo bueno, lo malo y lo feo” se convierte en “lo idealizado, lo negado y lo reprimido”. 

Toda relación requiere trabajo… ¿pero tanto trabajo?

Si, toda relación requiere trabajo, y a veces se requiere de mucho y es justificable, pero cuando te empiezas a preguntar si realmente una relación debería costar tanto o ser tan difícil, o tan confusa, o tan complicada, tu querido instinto (o intuición) está tratando de avisarte que algo anda mal. Cuando la parte “trabajo” de la relación empieza a devorarse a todos los demás aspectos de la misma, entra el tedio, el cansancio, la frustración, la ira y la amargura (esto se hace evidente en etapas medias y avanzadas de terapia de parejas, cuando pareciera que lo único que hace la pareja es ir a terapia y trabajar en la relación). Si te dan ganas de llegar tarde al trabajo, o de faltar, tomarte vacaciones o renunciar y buscar otro empleo… ya sabes.

Bienvenida, ansiedad anticipatoria. 

Muy parecido a lo anterior, cuando empiezas a odiar tu trabajo, los domingos emocionantes se transforman en domingos angustiantes, sabiendo por anticipado que mañana hay trabajo y ya no te lo aguantas. Todo evento, actividad, situación que antes disfrutabas con tu pareja, ahora preferirías evitarla. Salidas al súper, tardes viendo tele en la sala, visitas a amistades o familiares, etc. Pareces sentirte más libre, a gusto y en paz cuando tu pareja está en otro lado y tienes tiempo y espacio para ti. Esa es la luz amarilla. ¿La roja? Cuando prefieres evitar tener sexo con tu pareja en vez de buscar tenerlo.

“Ustedes hacen una des-pareja muy bonita.”

¿Te acuerdas cuando te jactabas con tus amig@s del excelente equipo que tú y tu pareja hacían? Química perfecta, conexión total, sincronía absoluta, se completaban las palabras… hasta los pensamientos, ¡orgasmos simultáneos! Ahora te sientes como las parejas de Hollywood, jurando y recontra-jurando que todo está bien y divorciándose a la semana siguiente. La pareja ahora es des-pareja y parecen incapaces de coincidir en lo más mínimo. Ya no se entienden. No solo no entienden a la pareja (luz amarilla), están empezando a desentenderse a sí mismos (luz roja). Lo que fluía ya no fluye. Estancados estamos.

“No es que dejé de amarte. Solo siento que estoy empezando a odiarte.”

Dicen que lo opuesto del amor no es el odio, sino la indiferencia, pero junto con la amargura (que se desarrolla después de mucho tiempo de rumiar ese odio y resentimiento), cualquiera de las tres (y toda combinación posible) hace un arma perfecta para matar al amor, la relación o ambos. Claro, junto con el odio viene la culpa de sentirlo, especialmente hacia esa persona que se supone amamos, por lo que usualmente se guarda en el cajón de lo malo (negado) o lo feo (reprimido) en vez de tomarlo por lo que es: una emoción, desagradable quizás, pero que está cumpliendo una función importante, avisarnos que algo está mal y hay que hacer algo al respecto… a menos que queramos que ese odio crezca (y lo hace aunque sea negado o reprimido) y se convierta en resentimiento y amargura.

¿Conclusiones?

Las señales están ahí, nuestro instinto o intuición nos informan de ellas, pero muchas veces las tomamos como “así se supone que sea esto”, o sea, perpetuando esas ideas distorsionadas acerca del amor y la relación de pareja o preferimos ignorarlas para evitar sentir la culpa (culpa de sentir lo que sentimos y culpa de herir a la otra persona por sentirlo).

No estoy diciendo que esto significa que ya no hay arreglo, solución o esperanza para la pareja, eso ya depende de uno. Es como cuando un carro se daña, en algunos está el hacer lo imposible por lograr que vuelva a arrancar, en otros está el darlo por muerto y buscar uno nuevo, en otros está el decir “Mmmm, bueno, voy a caminar por un tiempo, o tal vez me compro una bicicleta en vez…” y otros deciden quedarse ahí, sentados en un carro que no va para ninguna parte.

Tener la honestidad de aceptar las señales de que algo no está funcionando y no darle “mute” al instinto o intuición al menos es un primer paso, un paso honesto, mas no sea con uno mismo, y en un mundo perfecto, con la pareja. Pero ya sabemos que no vivimos en un mundo perfecto.

Namaste - Izzy

Fragmentos extraídos del artículo “The euphoria of admitting when it sucks” por Danielle Laporte: http://www.daniellelaporte.com/reprise-euphoria-of-admitting/
Imagen: http://mimikascraftroom.deviantart.com/art/Fixing-a-broken-heart-65913383

jueves, 3 de diciembre de 2015

Romper sin romperse en el proceso IV.

Un par de entradas atrás, compartí acerca de si nos puede gustar el BDSM sin saberlo, obviamente un tema que va muy por el lado de la sexualidad, ¿Qué tiene que ver esto con las rupturas y los duelos? Bueno, es muy simple, independientemente de que tanto nos guste o no el sadomasoquismo en la cama, a la hora de las rupturas, parece que a todos se nos da por volvernos masoquistas, ¿o no?

Parecemos monjes de la era medieval, auto-flagelándonos por nuestras “culpas” y “pecados” que seguramente provocaron que cayéramos de gracia, o en desgracia, y nos quedáramos solos. Adivinen que, hay mejores maneras de romper sin romperse en el proceso que jugar al rol del sacerdote auto-flagelador, es hora de ser un poco más misericordiosos con nosotros mismos y aprender formas más saludables y adaptativas de manejar nuestro proceso de ruptura/duelo sin torturarnos por el camino.

Al dolor no lo vamos a evitar, es una parte del proceso, digamos que es una de tantas pruebas que debemos superar durante la ruptura. A la que si podemos evitar es a la prima toxica del dolor, la obsesión, que también parece ser hermana por conveniencia del auto castigo sacado totalmente de contexto.

Y es que, si ya sabemos que nos duele que esa persona ya no esté presente en nuestras vidas, ¿Cuál es la necesidad de torturarnos o martirizarnos aun más de lo necesario? ¿Será que nos cuesta soltar? ¡Claro que sí! Nos cuesta aprender a dejar ir cosas, personas y lugares; después de todo, el reflejo de apretar y no soltar es innato en los seres humanos.




¿Y si cambiamos los latigazos dolorosos por palmaditas reconfortantes?

Dejar ir implica desapegarse a la fuerza, ¡y los seres humanos estamos apegados al apego! Los monjes budistas en su máximo estado de iluminación y trascendencia logran el desapego… ¡y nos caen de la patada! Mientras ellos van por la vida desapegados de todo, nosotros vamos cargando nuestro apego a cuestas y maldiciendo: “Monje budista de mierda, por qué no te metes el desapego por el…

Como nos cuesta desapegarnos, o despegarnos, hacemos todo lo contrario, nos apegamos o pegamos aun mas. ¡Qué pegajosos somos los seres humanos! Ahora sí, esta “pegajosidad” está muy lejos de ser esa cualidad afectiva enternecedora (y muchas veces empalagosa, pero aun así dulce) de cuando estamos en pareja, y se parece más al comportamiento típico del “obsesionado borderline stalker”.

De la noche a la mañana nos convertimos en una mezcla de espía/detective privado/hacker/despechado/obsesivo/mártir, y delirantes, porque en nuestras mentes se nos ocurre que a nuestra ex pareja eso le va a parecer atractivo. Claro, ¿quién se resiste a un mártir despechado obsesionado?

Pasamos “casualmente” por la calle de la casa o el depa de nuestra ex pareja, les seguimos la pista en Facebook y Twitter, nos fijamos si cambio la foto o el estado en Whatsapp, marcamos su número “sin querer” (“¡No, no fue mi trasero el que marcó cuando me senté en el celular, fue el destino!”). Ya saben, cosas por el estilo. Vamos, no se hagan que seguro al menos una de la lista la hicieron.

El que busca encuentra, al menos eso dicen por ahí, y de tanto repetir los comportamientos arriba indicados, en algún momento nos vamos a topar con algo, y ese algo va a representar simbólicamente a ese látigo que estuvimos buscando para auto flagelarnos mientras repetimos como mantra: “Por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa...” ¿Y saben qué?, de repente sí, no necesariamente culpa, pero si responsabilidad, por habernos puesto en la posición de mártires obsesivos en vez de ocuparnos de lo que nos concierne: HACER NUESTRO DUELO.

Y adivinen que, el duelo no se hace a punta de latigazos. Tampoco se hace pasando veinte veces al día por la calle de nuestra ex pareja ni siguiendo sus movimientos en redes sociales en busca de una señal. Menos echándose culpas y poniéndose la etiqueta de pecadores. Cambiemos las culpas por responsabilidades y cambiemos la etiqueta de pecadores por la de seres humanos.

Cambiemos esos latigazos en la espalda que duelen por palmaditas que confortan. La idea de hacer el duelo es sentirnos mejor, poco a poco, no peor. Romper sin romperse en el proceso. Nos vemos en el camino. - Izzy