Les cuento, a finales de enero, escribí el post “El difícil arte de arrancarse la curita”, inspirado en un artículo de Danielle Laporte, titulado: “The euphoria of admitting when it sucks” (La euforia de admitir cuando apesta) acerca del arte de rendirse, fracasar y saber cuándo suficiente es suficiente (o demasiado).
Retomando el tema, ¿Cuándo o como sabemos que suficiente es suficiente, que hemos llegado a ese punto de quiebre en nuestra relación y que nuestro instinto o intuición (que lamentablemente en la mayoría de los casos nos han enseñado desde pequeños a desoír o apagar por completo) nos está enviando señales de alerta?
Algunas señales de que no está funcionando:
Tu lista de “contras/desventajas/desagrados/defectos” ya superó por amplio margen tu lista de “pros/ventajas/agrados/virtudes”.
Es simple, todos idealizamos a nuestra pareja al principio, es parte del enamoramiento y le podemos echar la culpa a la oxitocina (¡maldita oxitocina!), pero cuando ya pasó la etapa de enamoramiento, toca empezar a descubrir, procesar y aceptar lo “no tan maravilloso” de tu tal para cual, a menos que quieras seguir idealizándolo y viendo todo color de rosa, pero ni se te ocurra echarle la culpa a la oxitocina, ya la ahuevazón es 100% propia. Entonces, nuestra amada pareja será una bonita mezcla de lo bueno, lo malo y lo feo pero se supone que haya un balance adecuado, aceptable o al menos, cónsono con tus expectativas e ideales (¡realistas!). Si la lista no pinta pareja, ya te toca elegir qué hacer, y aquí es donde para muchos, “lo bueno, lo malo y lo feo” se convierte en “lo idealizado, lo negado y lo reprimido”.
Toda relación requiere trabajo… ¿pero tanto trabajo?
Si, toda relación requiere trabajo, y a veces se requiere de mucho y es justificable, pero cuando te empiezas a preguntar si realmente una relación debería costar tanto o ser tan difícil, o tan confusa, o tan complicada, tu querido instinto (o intuición) está tratando de avisarte que algo anda mal. Cuando la parte “trabajo” de la relación empieza a devorarse a todos los demás aspectos de la misma, entra el tedio, el cansancio, la frustración, la ira y la amargura (esto se hace evidente en etapas medias y avanzadas de terapia de parejas, cuando pareciera que lo único que hace la pareja es ir a terapia y trabajar en la relación). Si te dan ganas de llegar tarde al trabajo, o de faltar, tomarte vacaciones o renunciar y buscar otro empleo… ya sabes.
Bienvenida, ansiedad anticipatoria.
Muy parecido a lo anterior, cuando empiezas a odiar tu trabajo, los domingos emocionantes se transforman en domingos angustiantes, sabiendo por anticipado que mañana hay trabajo y ya no te lo aguantas. Todo evento, actividad, situación que antes disfrutabas con tu pareja, ahora preferirías evitarla. Salidas al súper, tardes viendo tele en la sala, visitas a amistades o familiares, etc. Pareces sentirte más libre, a gusto y en paz cuando tu pareja está en otro lado y tienes tiempo y espacio para ti. Esa es la luz amarilla. ¿La roja? Cuando prefieres evitar tener sexo con tu pareja en vez de buscar tenerlo.
“Ustedes hacen una des-pareja muy bonita.”
¿Te acuerdas cuando te jactabas con tus amig@s del excelente equipo que tú y tu pareja hacían? Química perfecta, conexión total, sincronía absoluta, se completaban las palabras… hasta los pensamientos, ¡orgasmos simultáneos! Ahora te sientes como las parejas de Hollywood, jurando y recontra-jurando que todo está bien y divorciándose a la semana siguiente. La pareja ahora es des-pareja y parecen incapaces de coincidir en lo más mínimo. Ya no se entienden. No solo no entienden a la pareja (luz amarilla), están empezando a desentenderse a sí mismos (luz roja). Lo que fluía ya no fluye. Estancados estamos.
“No es que dejé de amarte. Solo siento que estoy empezando a odiarte.”
Dicen que lo opuesto del amor no es el odio, sino la indiferencia, pero junto con la amargura (que se desarrolla después de mucho tiempo de rumiar ese odio y resentimiento), cualquiera de las tres (y toda combinación posible) hace un arma perfecta para matar al amor, la relación o ambos. Claro, junto con el odio viene la culpa de sentirlo, especialmente hacia esa persona que se supone amamos, por lo que usualmente se guarda en el cajón de lo malo (negado) o lo feo (reprimido) en vez de tomarlo por lo que es: una emoción, desagradable quizás, pero que está cumpliendo una función importante, avisarnos que algo está mal y hay que hacer algo al respecto… a menos que queramos que ese odio crezca (y lo hace aunque sea negado o reprimido) y se convierta en resentimiento y amargura.
¿Conclusiones?
Las señales están ahí, nuestro instinto o intuición nos informan de ellas, pero muchas veces las tomamos como “así se supone que sea esto”, o sea, perpetuando esas ideas distorsionadas acerca del amor y la relación de pareja o preferimos ignorarlas para evitar sentir la culpa (culpa de sentir lo que sentimos y culpa de herir a la otra persona por sentirlo).
No estoy diciendo que esto significa que ya no hay arreglo, solución o esperanza para la pareja, eso ya depende de uno. Es como cuando un carro se daña, en algunos está el hacer lo imposible por lograr que vuelva a arrancar, en otros está el darlo por muerto y buscar uno nuevo, en otros está el decir “Mmmm, bueno, voy a caminar por un tiempo, o tal vez me compro una bicicleta en vez…” y otros deciden quedarse ahí, sentados en un carro que no va para ninguna parte.
Tener la honestidad de aceptar las señales de que algo no está funcionando y no darle “mute” al instinto o intuición al menos es un primer paso, un paso honesto, mas no sea con uno mismo, y en un mundo perfecto, con la pareja. Pero ya sabemos que no vivimos en un mundo perfecto.
Namaste - Izzy
Fragmentos extraídos del artículo “The euphoria of admitting when it sucks” por Danielle Laporte: http://www.daniellelaporte.com/reprise-euphoria-of-admitting/
Imagen: http://mimikascraftroom.deviantart.com/art/Fixing-a-broken-heart-65913383
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