viernes, 1 de febrero de 2013

Los hombres de antes usaban tacones…

Hay artículos u objetos tan esencialmente femeninos (o vinculados a la femineidad) que resulta muy difícil imaginar que originalmente hayan sido concebidos como algo masculino, y tal resulta ser el caso de los zapatos de tacón o los tacones. Aunque no lo crean (o se rehúsen a creerlo) alguna vez los tacones fueron un accesorio esencial para el hombre.

Durante siglos, los tacones fueron usados en el Cercano Este como una forma de calzado para montar. La habilidad ecuestre era esencial en el estilo de combate de los persas y al cabalgar y pararse sobre los estribos, los tacones ayudaban al jinete a mantenerse posicionado para disparar su arco y flecha con eficacia.

A finales del siglo XVI, una ola de interés por todas las cosas Persas invadió el oeste de Europa y los zapatos del estilo persa (de tacones) fueron adoptados por la aristocracia, quienes buscaban dar a su apariencia, un don de virilidad y masculinidad (por irónico que les suene).

Las nuevas tendencias en moda masculina, muy
viriles, al menos para la temporada 1701.

A medida que el uso del zapato de tacón se fue filtrando hacia los rangos más bajos de la sociedad, la aristocracia respondió, drásticamente aumentando la altura de sus zapatos y dando nacimiento al zapato de tacón alto. Aparentemente, lo impráctico e incómodo del calzado agregaba a la imagen de estatus privilegiado que la aristocracia anhelaba.

Mientras tanto, las mujeres de la época tenían su propia moda: la de adoptar elementos de la vestimenta masculina. Por lo tanto, pronto el uso de zapatos de tacón se volvió común entre las mujeres y los niños (más de un pobre niño cuya madre o padre lo ha traumado por atreverse a usar los zapatos de tacón de su mama o de su hermana mayor hubiera deseado vivir en esta época).

Desde entonces y hasta finales del siglo XVII, las clases altas compartieron una moda unisex en el calzado. Con la llegada de la Iluminación (el movimiento intelectual, no el descubrimiento de la electricidad)  la moda de los hombres se tornaría más práctica (y los tacones masculinos, más bajos).

Eran los inicios de lo que se llamaría la “Gran Renunciación Masculina”, la cual vería a los hombres abandonando el uso de joyería, colores brillantes y telas ostentosas por un estilo más oscuro, sobrio y homogéneo.  De esta manera, las diferencias entre los sexos se hicieron más pronunciadas.

Por 1740, ya los hombres habían dejado de usar tacones. 50 años más tarde, tras la Revolución Francesa, las mujeres también dejarían de usarlos.

Para cuando los tacones hicieron su regreso en la moda, a mediados del siglo XIX, la fotografía estaba transformando la manera en la que la moda y la auto-imagen femenina eran construidas.

Curiosamente, los pornógrafos fueron los primeros en tomar ventaja de la nueva tecnología (como casi siempre sucede), tomando fotografías de mujeres desnudas, posicionando a las modelos en poses que representaban desnudos clásicos, pero usando tacones modernos. Al parecer, esta asociación de los tacones con la pornografía les daría la connotación sensual y erótica que tienen hoy en día, tan intrínsecamente vinculados a la femineidad.


Muy seguros de su sexualidad, los muchachos de la oficina se
tomaron la tarde libre para explorar su lado femenino.


Bien, en la foto de arriba vemos a un grupo de hombres que normalmente pasarían desapercibidos, de no ser por el hecho de que están usando zapatos de tacón, o zapatos de mujer, si lo prefieren. Se pone mejor aún al leer su encabezado: “Muy seguros de su sexualidad, los muchachos de la oficina se tomaron la tarde libre para explorar su lado femenino.”

¿Muy seguros de su sexualidad? ¡Pero si están usando zapatos de mujer! ¿De qué sexualidad estás hablando? Bien, tenemos 4 opciones:

1) “Muy seguros de su heterosexualidad, los muchachos de la oficina se tomaron la tarde libre para explorar su lado femenino.”

2) “Muy seguros de su homosexualidad, los muchachos de la oficina se tomaron la tarde libre para explorar su lado femenino.”

3) “Muy seguros de su bisexualidad, los muchachos de la oficina se tomaron la tarde libre para explorar su lado femenino.”

4) “Muy seguros de su asexualidad, los muchachos de la oficina se tomaron la tarde libre para explorar su lado femenino.”

Es más, agreguemos dos casos que fácilmente se podrían dar (y se dan) en cualquier consultorio terapéutico, columna de sexualidad o foro de internet:

Caso #1: A Fulana siempre le ha excitado la idea de ver a su chico (Mengano) usando sus zapatos de tacón cuando están en la intimidad. Una noche se atrevió a compartir su fantasía con él. Mengano se sintió herido en su sexualidad, le mentó la madre a Fulana y le grito “¡¿Acaso te crees que soy Gay!?”, salió del cuarto furibundo y nunca más se tocó el tema.

Caso #2: A Fulano siempre le ha excitado la idea de usar los zapatos de tacón de su chica (Mengana) cuando están en la intimidad. Una noche se atrevió compartir su fantasía con ella. Mengana se sintió herida en su sexualidad, le mentó la madre a Fulano y le grito “¡¿Acaso eres Gay!?”, salió del cuarto furibunda y nunca más se tocó el tema.

El género (ya sea el rol, expresión o identidad del mismo) y la orientación sexual son dos cosas distintas y es aquí donde muchos se confunden y ocurren casos (y cosas) como los arriba mencionados. Por supuesto que ya tengo pensada una entrada (o varias) sobre el tema, pero por ahora creo que basta saber que los tres aspectos básicos de la sexualidad humana (sexo, género y orientación sexual) se refieren a diferencias de grado. Es decir, con más o menos grados de aproximación a sus extremos versus un extremo u otro.

En el caso de nuestros zapatos de tacón, estos son un objeto de vestir, y como tal forma parte de la que conocemos como expresión de género, muy relacionado con lo que conocemos como roles de género, ambos estructurados por aspectos psicosociales, los cuales son susceptibles a cambios a través de la historia, tal como la historia del zapato de tacón nos lo demuestra.

Claro, el ideal para jugar con los roles y expresiones de género dentro de los límites de la sexualidad sana implica estar claros (y ser, y poder ser, honestos) en el tema de la orientación sexual (tanto propia como de nuestra pareja), para evitar “juegos”. Si no somos honestos, o no podemos ser honestos (nosotros, nuestra pareja, o ambos), señal clarita de que la sexualidad sana no se está dando, ¿no?

Aquí entra un poco el tema de las tres premisas básicas para una sexualidad más sana (ver esta entrada) y las “GGG” de Dan Savage (ver esta entrada), sobre todo la que se refiere a darse el permiso de perseguir los fetiches y fantasías propias y de la pareja.

En el Caso #1, Fulana está clara. Si Mengano está claro, podría complacer la fantasía de su chica, a menos que el temita de la orientación sexual (o algo más) le esté haciendo ruido.

Si Fulana no está clara (no está siendo transparente, clara y honesta respecto a su orientación sexual) ahí sí puede haber un “juego” y la reacción negativa de Mengano podría ser más justificable, si él está consciente de que hay un “juego”. El juego aquí es simple: “Vamos a jugar a que me gusta que mi chico se pongas tacones para estar conmigo, pero en realidad mi fantasía es distinta.”

En el Caso #2, Fulano está claro. Si Mengana está clara, podría complacer la fantasía de su chico, a menos que el temita de la orientación sexual de su pareja (o algo más) le esté haciendo ruido (a ella).

Si Fulano no está claro (no está siendo transparente, claro y honesto respecto a su orientación sexual) ahí sí puede haber un “juego” y la reacción negativa de Mengana podría ser más justificable, si ella está consciente de que hay un “juego”. El juego aquí es simple: “Vamos a jugar a que me gusta ponerme los tacones para estar con mi chica, pero en realidad mi fantasía es distinta.”

Ya lo saben, a no enredarse con el tema del género y la orientación sexual y si la sexualidad es saludable y hay “kink” del bueno, sano y positivo… ¡a disfrutarlo!

Namaste.

Fragmentos extraídos de “Why did men stop wearing high heels?” por William Kremer

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