Unos padres van caminando por la calle con su niño de la mano y pasan frente a un sex shop. De repente, ¡el niño se suelta y entra! Este niño es una parábola, pónganle la edad o el sexo que deseen, o no le pongan ni lo uno ni lo otro, lo que importa aquí es lo que simboliza.
¿Qué pasa con este niño al entrar al sex shop? Hace lo que todo niño, empieza a mirar, explorar, hurgar, abrir cajas, agarrar, tocar, llevarse a la boca y probar. El no está consciente de la connotación sexual o erótica de estos juguetes, artículos y accesorios. El es movido por la curiosidad, por un impulso de descubrir, explorar y jugar, como todo niño.
Ahora imagínense a sus padres, ¡abochornados, apenados, rojos como tomates, sin saber qué hacer! Le gritan a este niño: “¡No toques eso!” “¡Ay, Dios, eso es un pipí de goma!” “¡Ay, Jesús, eso es una cuquita!” “¡Eso no es para niños!” “¡Eso es solo para niñas!” “¡Eso es malo!” “¡Esto es sucio!” “¡Aquello es feo!”
Finalmente toman al niño, le dan una nalgada, lo agarran del brazo y se lo llevan. El niño, sin la menor idea de qué hizo mal, llora desconsoladamente y aprende una lección muy valiosa: “Sea lo que sea que sea eso, es malo, y yo soy malo por haberlo hecho.”
Seguro a muchos esto nos recuerda a nuestra propia infancia, y a las ideas distorsionadas que nos metieron en la mente sobre el sexo y la sexualidad desde pequeñitos.
Llegamos a adultos, y volvemos a entrar al “sex shop”. Pero entramos con miedo, aterrados, abochornados, sin saber qué hacer, porque esa es la lección, el modelo a seguir, que nos dieron de niños. Y deberíamos comportarnos en este “sex shop” de nuestra sexualidad sana, como aquel niño, haciendo lo que todo niño hace: empezar a mirar, explorar, hurgar, abrir cajas, agarrar, tocar, llevarse a la boca y probar.
Porque si estamos viviendo una “sexualidad sana”, es el permiso que deberíamos tener, sin temor a que nuestros padres (ahora internalizados) se abochornen, apenen, alboroten y nos digan qué es sucio, qué es feo o qué es malo, y si lo es para ellos, y si esa es la única forma en que aprendieron (o les enseñaron) a reaccionar, que sea su problema y no el nuestro. - Izzy
¿Qué pasa con este niño al entrar al sex shop? Hace lo que todo niño, empieza a mirar, explorar, hurgar, abrir cajas, agarrar, tocar, llevarse a la boca y probar. El no está consciente de la connotación sexual o erótica de estos juguetes, artículos y accesorios. El es movido por la curiosidad, por un impulso de descubrir, explorar y jugar, como todo niño.
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Finalmente toman al niño, le dan una nalgada, lo agarran del brazo y se lo llevan. El niño, sin la menor idea de qué hizo mal, llora desconsoladamente y aprende una lección muy valiosa: “Sea lo que sea que sea eso, es malo, y yo soy malo por haberlo hecho.”
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Llegamos a adultos, y volvemos a entrar al “sex shop”. Pero entramos con miedo, aterrados, abochornados, sin saber qué hacer, porque esa es la lección, el modelo a seguir, que nos dieron de niños. Y deberíamos comportarnos en este “sex shop” de nuestra sexualidad sana, como aquel niño, haciendo lo que todo niño hace: empezar a mirar, explorar, hurgar, abrir cajas, agarrar, tocar, llevarse a la boca y probar.
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